domingo, 5 de julio de 2009

Treinta y ocho y medio


Atrapo sin querer
cantando en el dial a Milanés
habaneras que llegan de Cuba…
Y mientras tanto, escribo,
que los botones no encuentran,
la caja de costura,
ni las gomas del pelo el neceser…
Me enredo con un nudo en ti,
que no se si deshacer.

Desde ayer
no tengo cobertura y
además,
te escribo a oscuras…
Y van siete días
Sin navegar por la red.

Y los botones no encuentran la caja de costura.
Ni las gomas del pelo el neceser,
tengo un montón de besos sin censura,
que me propongo, ahora, descoser.

Mientras tanto, creo que,
alguien canta en francés
Mis manos en tu cintura…
Tengo fiebre,
y no paro de toser.

Y los botones no encuentran la caja de costura
ni las gomas del pelo el neceser
treinta y ocho y medio, pues,
es mucha calentura…

Y mientras tanto escribo…
Los botones no encuentran la caja de costura
ni las gomas del pelo el neceser…
ni te percibo,
ni te encuentro en Internet…

El dibujo es de Paul Klee "Love song by the New Moon"



jueves, 2 de julio de 2009

Cita con Venecia


El vaporeto surcaba las aguas del Gran Canal. Era extraño. El trajín de la ciudad, los sonidos del tráfico habían quedado atrás. Ahora solamente se escuchaba el motor del barco que, tras pasar bajo el Puente de Rialto , encaró el canal hacia la Plaza de San Marco.
La emoción hizo que los ojos se le humedecieran ante la belleza de los palacios decadentes que asomaban a ambas orillas. También la majestuosidad de la Plaza la sobrecogió. Realmente bella. Bella y con el encanto turístico de los violinistas que tocaban, en los cafés, su repertorio de temas italianos.
Más tarde se perdió por el laberinto de callejuelas venecianas para volver una y otra vez sobre sus pasos al no encontrar un puente para cruzar al otro lado.
En una de esas idas y venidas se vio envuelta en la fiesta de un pequeño barrio popular. Eran militantes del PCI. Así que bebió, comió y bailó a ritmo de La Internacional con ellos.
En los ochenta, había pasado una semana en Venecia y sin embargo, ahora que iba a regresar, se daba cuenta que solamente conservaba esos recuerdos. Esos recuerdos y un kilómetro. Un kilómetro con sus mil metros, caminando en solitario hacia un camping por una oscura carretera, pasada la medianoche.

Para que Venecia, en esta ocasión, perdure en su memoria se ha comprado una vídeo cámara estupenda. Entre otras cosas porque al contrario que a Marcel Proust, a ella no le gustan las magdalenas.