viernes, 14 de agosto de 2009

Mi pie izquierdo


Se aburría soberanamente. Tanto rato debajo de la mesa mientras ella tecleaba en el ordenador no lo podía soportar. Era tedioso. Lo sabía por experiencia. No era la primera vez, ni sería la última, que se veía confinado a estar allí abajo mientras veía como sus ansias de salir a pasear por las calles se esfumaban. Así, que como la cosa parecía que iba para largo, decidió echarse una pequeña siesta que resultó al final más profunda y larga de lo que en un principio había previsto. Ni por un momento se le ocurrió que pudiera pasar lo que pasó.
Sucedió muy rápido. Sintió un hormigueo. Ese hormigueo tan conocido con el que solía despertarse y es que ella por fin dejaba el ordenador y se levantaba.
Por primera vez desobedeció una orden y no quiso despertarse. El castigo fue inmediato: Dos zancadas arrastras, retorcimiento del músculo períneo, edema maleolar y ella al igual que él, que para entonces ya estaba totalmente despierto, tirada en el suelo.
Ahora, aunque sigue aburriéndose, va desde un almohadillado cojín a un confortable sofá, pasando por una cómoda cama. Aunque descansa placidamente el pie izquierdo ha jurado no volver a quedarse dormido.