Las noches han rebajado su temperatura y son frescas como la
menta pero el día sigue cálido como esa
rebeca que a veces simplemente te echas por los hombros y te reconforta. Ahora
espero los atardeceres más bonitos del año. Esos que siguen sorprendiéndome a
través de la ventana orientada al sur de
mi casa. Una paleta de amarillos, naranjas, violetas, fucsias y azul noche se mezclan con el
horizonte marino que observo cada día
alrededor de las ocho de la tarde. Me fascina. Es el adiós
al verano confundido con la llegada del otoño que se cuela en plan
zorrito como quien no quiere la cosa. Más tarde llegará el invierno de
zapatillas calentitas y de vistazos al cielo para comprobar que llueve otra vez y
otra vez y que parece que nunca termina. Sin embargo la primavera es la única
estación del año a la que doy la bienvenida y eso que de ella sólo me gusta que
traiga de nuevo flores a mi terraza.
En estos últimos días de verano, mi padre ha cumplido 81
años. Ayer vino a mi casa y me emocionó cuando me preguntó como funcionaba esto
del ordenador para escribirle una carta a su nieta que ha cruzado el Atlántico para buscar
trabajo. Así que se puso las gafas y utilizando solamente dos dedos, como hizo durante más de cuarenta años en el
Banco Hispano Americano, escribió la misiva.
-¿Y ahora qué?
- Mira papá, pones esa flechita aquí y le das a esta tecla.
“Su mensaje ha sido enviado correctamente”.