La ciudad todavía duerme. Con el segundo café, y las energías renovadas, disparo la cámara desde mi terraza y capturo el último amanecer de este mes de julio. ¡Buenos días Pontevedra!
En el interior quedaban las estancias desnudas solamente decoradas por el paisaje que se colaba a través de las ventanas. Momentos antes estábamos, las dos, de pié en medio del camino, con ánimo de despedida y sin nadie a quien despedir. Así que vimos marchar la furgoneta cargada con los enseres que se reúnen durante toda una vida hasta que una curva nos impidió seguir observando. Nos miramos y mi hermana se santiguó. Fue un gesto instintivo no sin cierta dosis de pánico. A mi me pareció que quedábamos como un poco desvalidas. Tuve la sensación que el estrecho camino se ensanchaba y que la casa se agrandaba por momentos. -No puedo ni con mi alma- -ni yo -