
Es un soñador al que le gusta entonar canciones de Negrete y tangos de Gardel. Cuando se le queja ese corazón que tiene grande, grande para acogernos a todos en él no para de hablar. Así que, mientras estábamos en la sala de Urgencias tuvo a todo un auditorio, de casos urgentes, pendiente de él. Yo observaba la escena que bien la podría haber preparado Almodóvar: Siete personas en sillas de ruedas, vestidas con esas batas azules que dan un aire de fragilidad e indefensión y que además a poco que se descuiden les dejan con el culo al aire. Todas con una vía abierta en las venas, menos él .Él dos, una en cada brazo.
A falta de caballo, las ruedas, y sobre sus rodillas, el galán de la película, sujetaba su inseparable sombrero mientras relataba el encuentro que hace años, cuando ejercía el deporte de la caza, tuvo con un lobo. Contaba, como sólo él sabe hacer, como a pesar de tener al animal en el punto de mira no le disparó. Los “urgentes” estaban entusiasmados y pensé que de un momento a otro iban a estallar en aplausos. Después la tertulia giró, no podía ser de otra forma, sobre el morir y se estableció un debate de cómo podría ser la mejor manera de abandonar este mundo. El galán volvió entonces a recuperar protagonismo cuando un “urgente” señaló que morir ahogado debía ser lo peor. Él tenía su propia historia y contó cuando hace un año se ahogó con un trocito de comida y vio pasar en un instante fugaz los mejores momentos de su vida hasta que perdió el conocimiento. Decía, en menos de un segundo te vas para siempre…y añadía con esa retranca que tienen los gallegos, lo importante es no dejar nunca de respirar. Al tiempo, me miró y me dijo, “las cenizas, ya sabes, al Monte de la Sierra”.
Mirando a mi padre, viendo su actitud, su compostura, su forma de cabalgar en silla de ruedas con el sombrero sobre una de sus rodillas me encontré frente a frente con Don César de Echagüe, “El Coyote” del que tantas historias me contó cuado yo era niña.